George Orwell percibió hace muchos años que quienes amenazan nuestros derechos y libertades anhelan expropiar también nuestro lenguaje. La corrección política, versión posmoderna del totalitarismo, es, efectivamente, lo más parecido que hemos visto al siniestro Ministerio de la verdad que imaginó en 1984. Ya no es el pueblo el que decide qué pensar y qué decir, sino que una élite ilustrada se lo impondrá desde el poder político, la educación, la cultura y los medios de comunicación. Pretenden establecer ellos por su cuenta una “nueva normalidad”, nada menos.
Ya en 2004, en la primera edición del Diccionario políticamente incorrecto, Carlos Rodríguez Braun escribía en el prólogo:
«Siempre ha habido incorrectos. Lo curioso es que subsistan hoy. En efecto, nuestro tiempo presume de méritos incompatibles con extravagantes de tal suerte. Alegamos que el progreso racional ha dejado atrás supersticiones y prejuicios, intolerancias y manipulaciones, y nos ha instalado en el reino de la transparencia y el pluralismo plenos. Pues bien, mi tesis es que la realidad es muy distinta. La generalización de la democracia ha estrechado paradójicamente el pluralismo y, de hecho, la propia noción de «corrección política» nace en uno de los países más democráticos del mundo, Estados Unidos. En estos tiempos modernos de progreso, democracia y libertad, parece que siguen rigiendo los viejos cánones, y hay cosas que no se pueden pensar, ni mucho menos decir. Esas cosas son el objetivo del presente libro».
Catorce años después, Carlos Rodríguez Braun nos ofrece una versión renovada y ampliada que incorpora nuevas incorrecciones en el sendero en que nos ha depositado la nueva normalidad. El Diccionario incorrecto de la nueva normalidad desafía los bulos del pensamiento único y nos invita a resistir frente a las opresivas, pacatas y ridículas pretensiones uniformadoras de la casta gobernante.