Desde su creación, a mediados del siglo XVII, y hasta nuestros días, los Estados han recurrido a la diplomacia para proteger sus intereses y ampliar su poder, por lo que se ha convertido en un instrumento a su servicio casi de manera exclusiva. Sin embargo, en el curso de la historia la diplomacia antecede por siglos al Estado, solo que cuando estos surgieron comprendieron de inmediato su utilidad, se apropiaron de su control y se han servido de sus beneficios. Pero sus medios, técnicas y recursos pueden ir mucho más allá de la diplomacia política y superar ese marco histórico para ser empleados por todas las organizaciones y personas que requieran crear, mantener y desarrollar ámbitos de confianza para alcanzar sus propósitos, beneficiarse de acuerdos y
conseguir objetivos.