Sean de primera o segunda generación, los biocombustibles tienen una naturaleza química similar a los combustibles tradicionales y pueden emplearse en los motores actuales de cualquier medio de transporte. Para que lleguen a sustituir a los refinados del petróleo, hace falta incrementar la capacidad de producción y abaratar los costes de producción de forma notable.  

Los objetivos de reducción de emisiones por parte de empresas y gobiernos pasan por la descarbonización de todos los sectores sin excepción, pero el foco está puesto especialmente en la movilidad ya que las emisiones provocadas por el transporte representan alrededor del 25 % de las emisiones totales de gases de efecto invernadero de la Unión Europea. Los biocombustibles de primera generación provienen de cultivos agrícolas como la caña de azúcar, la remolacha o la melaza, cereales como el trigo, la cebada o el maíz, o aceites como la colza o la soja. Los de segunda generación se fabrican a partir de residuos orgánicos, como aceites usados de cocina, desechos agrícolas o ganaderos, y biomasa forestal, entre otros. “Los beneficios de estos últimos son innumerables, ya que no sacrifican tierras de cultivo y crean una economía ventajosa en términos de emisiones de CO2, siempre que la descomposición de la materia orgánica abandonada produce gases de efecto invernadero sin aprovechamiento alguno. Además, si esta descomposición se controla y se lleva a cabo en reactores específicos para ello, es posible producir metano o etanol, que luego pueden ser usados posteriormente para crear energía o calor”, explica Roberto Gómez-Calvet, profesor de Economía de la Universidad Europea de Valencia y experto en energía.

La Comisión Europea ha planteado un paquete de medidas denominado ‘Fit for 55’ para reducir las emisiones contaminantes en las próximas décadas y alcanzar la neutralidad climática en 2050. En este contexto, “resulta prioritario seguir investigando para reducir los costes de producción, que todavía duplican y hasta triplican los de los combustibles tradicionales, lo que convierte los biocombustibles prácticamente en una quimera. En cuanto a los lobbies del petróleo no cabe esperar gestos altruistas porque el beneficio económico es la razón de ser de su existencia”, opina Gómez-Calvet.

Sobre la reciente decisión de una treintena de ONGs de pedir a Bruselas que elimine progresivamente el apoyo a los biocombustibles de soja que provocan deforestación, el experto de la Universidad Europea de Valencia explica que “se ha demostrado que el biodiésel a base de soja emite hasta el doble de CO2 que el gasóleo fósil al que sustituye si se tiene en cuenta la deforestación indirecta”. Y apostilla que “en muchos casos las variedades de soja cultivadas  son modificadas genéticamente para que resulten más resistentes y rentables, lo que puede producir alteraciones en los ecosistemas con consecuencias imprevisibles”.