En biología ha sido una pequeña revolución descubrir que la formación de lazos y conexiones entre distintos lugares lejanos del genoma permiten un acercamiento temporal y versátil de regiones muy distantes. Nuestro genoma, lejos de ordenado y lineal, es una maraña continua de interconexiones. Lo más interesante es que el grado de interacciones es muy superior en el genoma humano frente al de su pariente más próximo el chimpancé. Las conexiones son las que nos hacen humanos y nos distinguen del resto de seres vivos, porque permiten un control enormemente preciso, a la vez que flexible, de los quehaceres domésticos celulares y de relaciones con otros órganos y tejidos. El hombre moderno lleva un porcentaje no despreciable de ADN neandertal en su genoma; de ellos hemos heredado genes que nos beneficiaron en otras épocas o que aún nos benefician. Todas las funciones de nuestra mente, hasta las más triviales, requieren de una coordinación e interconexión entre distintas áreas cerebrales. La plasticidad neuronal consiste en crear y destruir contactos que el tiempo reforzará, debilitará o eliminará.